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El árbol



Hace ya muchos años decidí sembrar un árbol. Al principio tuve que decirme a mí misma que sí podía sembrarlo a pesar de no ser jardinera. Después tuve que pagar el precio por la semillita. Más tarde tuve que cavar un hoyito en la tierra, ensuciarme las manos y sembrar la semillita. Me dio mucho el sol y me quemé mucho, también sudé y terminé muy cansada. Después pasó el tiempo y la semillita no crecía... pero aún así como había recibido órdenes de regarla, seguí regándola. Me cansé. Hubo días en los que ya no quise regar nada. Me fui y seguí mi vida. Después me acordaba de mi arbolito y regresaba, le hablaba bonito y volvía a echarle agua. Así pasaron los años y mi arbolito no crecía. ¿Me habrán dado una semilla que no sirve? Pensaba. Pero yo no veía lo que sucedía en tierra, yo sólo veía lo de afuera. Ah, los arbolitos de todos crecían pero el mío... ¡no hacía nada! Me molesté conmigo misma. Dije, ¡no vale el esfuerzo seguir invirtiendo tiempo en éste arbolito! Pero algo dentro me hacía quererlo con todo el corazón pero creo que mi frustración creció. Ah... ese arbolito "inútil". Pasaron casi 5 años... y ese arbolito sacó una hojita tan tierna, tan frágil, tan verde... que dije ¡me dieron una semilla de frijol en vez de un arbolito cómo lo pedí yo! Me fui y en la noche vino una tormenta. La hojita se murió. Me dieron "atole con el dedo", creí yo. Después el tiempo pasó... Se volvió costumbre ir a regarlo, sentarme a leer y escribir a su lado, pasaba días enteros soñado en la sombra que daría, en el calor, en los nidos de pájaros que habría, en el columpio que pondría, en la casita que construiría en sus ramas... pasaron los años... más tormentas vinieron, pero yo ya no me molestaba, aprendí a ver con amor esas ramitas que morían cada vez que llegaban tormentas. Las fui coleccionando y guardando en una cajita de sueños envuelta con algodones de anhelos. Me fui a un viaje largo, tuve que aprender mucho lejos de ahí. Extrañé a mi arbolito y le deseé lo mejor. Pasaron muchos años y regresé. Regresé a ese sitio y no vi nada. Le mandé un beso en el aire y me fui a dormir. Esa noche vino una tormenta MUY FUERTE, por la ventana se veían los relámpagos, se escuchaba el rugir del agua cayendo a cántaros. Yo miré hasta entrar en un sueño profundo. Me dormí y al día siguiente el resplandor de un rayo de sol me despertó y abrí los ojos. Salí a correr como todas las mañanas pero cuando regresé no reconocí el patio. Había un árbol tierno y frágil pero de buen tamaño. ¡Lo abracé, lloré y reí cómo nunca antes! Cayó la noche y me fui a dormir de nuevo, al despertar ese arbolito estaba más grande que el día anterior. Y así pasaron los días, y pude ver crecer a ese arbolito frente a mi, día con día. Cada día era más grande que el anterior, primero una ramita, después la otra, luego otra y así hasta que fue posible ver cómo pajaritos comenzaban a hacer sus nidos en las ramas para dar alimento a sus crías. Aún el arbolito no es lo suficientemente grande como para hacer una casita del árbol o poner un columpio, pero sigue creciendo, sigue creciendo... Y todo comenzó hace ya muchos años, cuando decidí plantar un árbol.

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